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Moviéndonos a una vida sin violencia.


Foto: Neyra Silva.

Hoy, 10 de diciembre de 2018, la Declaración Universal de Derechos Humanos, el documento que podríamos llamar vertebral del sistema de derechos humanos en el mundo occidental, cumple 70 años de existencia. Y, resulta que leyendo sus 30 artículos nos dimos cuenta de algo que, sin exagerar, nos causó escalofríos: de los derechos y libertades que la Declaración Universal de los Derechos Humanos consigna, todos ellos tan lógicos que hasta nos parecen obvios, en pleno Siglo 21, las mujeres no gozamos a cabalidad de por lo menos 26... ¡Sí, 26 de 30!... debido a la violencia de género, la violencia machista.

Entre los derechos y libertades que el machismo viola de manera clara y evidente, podríamos destacar: el derecho a la libertad e igualdad en dignidad (Art. 1); el derecho al ejercicio de los derechos y libertades proclamados en ésa misma Declaración sin distinción de ningún tipo, incluyendo la sexual (Art. 2); el derecho a la vida, la libertad y la seguridad de la persona (Art. 3); el derecho al no sometimiento a esclavitud ni a servidumbre en ninguna de sus formas (Art. 4); el derecho al no sometimiento a torturas, penas ni tratos crueles, inhumanos o degradantes (Art. 5); el derecho a la no injerencia arbitraria de la vida privada, la familia, el domicilio o la correspondencia, y al no ataque a su honra o reputación (Art. 12); el derecho al libre y pleno consentimiento para contraer matrimonio, al disfrute de igualdad de derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio, y a la protección de la familia por parte de la sociedad y del Estado (Art. 16); el derecho a la propiedad individual y colectiva y a la no privación arbitraria de la propiedad (Art. 17); el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión (Art. 18); el derecho a la libertad de opinión y de expresión (Art. 19); el derecho a la igualdad social y la satisfacción de derechos económicos, sociales y culturales indispensables a la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad (Art. 22); el derecho al trabajo en condiciones equitativas y satisfactorias, con igual salario por trabajo igual y la defensa de sus intereses (Art. 23); el derecho al descanso y el disfrute del tiempo libre (Art. 24); el derecho a la educación con el objeto del pleno desarrollo de la personalidad humana (Art. 26); el derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, gozar de las artes y a participar en el progreso científico y los beneficios que de él resulten (Art. 27), o el derecho a un orden social en el que los derechos y libertades proclamados por esta Declaración se hagan plenamente efectivos (Art. 28); entre otros... y la lista de casos no terminaría.

De manera directa, el sector poblacional más vulnerado en sus libertades y derechos por el machismo somos, parece obvio decirlo, el de las mujeres, sin importar nuestra condición étnica, económica, social ni cultural, y los niveles de dicha vulnerabilidad cada vez alcanzan índices más aterradores. No obstante, el machismo vulnera también, aunque en otra medida, las libertades y los derechos de los mismos hombres; no sólo de aquellos que decidimos enfrentar procesos de deconstrucción de nuestro propio ejercicio de una masculinidad hegemónica para abrirnos a la práctica de masculinidades amorosas en un sentido amplio de cuidado y respeto por nosotros mismos y las mujeres con que nos relacionamos; sino, también de aquellos hombres atrapados en el machismo y que vemos como normal y hasta natural la violencia de género que ejercemos, perdiendo incluso la capacidad de vernos a nosotros mismos de otra manera.

En Kaaxankilil Río Abierto Yucatán creemos en la posibilidad transformadora de procesos individuales y grupales que lleven a mujeres y hombres a darnos cuenta de los juegos psicológicos de poder que jugamos para perpetuar este orden de cosas que tanto nos lastiman. Creemos en el movimiento como práctica para desplazarnos de los lugares donde nos hemos instalado cómoda y, si pensamos en la violencia de género, peligrosamente. Creemos en el movimiento como la práctica para encontrarnos en lo físico, cuerpo a cuerpo, desde esos territorios que la violencia machista ha lastimado, y reconciliarnos; primero, en tanto mujeres; pero, también, en tanto hombres: la violencia que hiere física y emotivamente a la mujer que la recibe es violencia que hiere emotiva y físicamente también al hombre que la ejerce, aunque esto último nos cueste reconocerlo a los mismos hombres.

Entendemos, desde luego, que cuando la violencia nos ha atravesado el diálogo, más que difícil, es muchas veces imposible; pero, creemos que a veces se pueden propiciar espacios de encuentros donde el juego, la ternura, la escucha, la complicidad, la compasión, el cuidado sean ingredientes de esos mismos espacios; porque creemos, por supuesto, en el movimiento como una experiencia donde se vea que no es imposible vivir una vida sin violencia machista que nos siga lastimando como sociedad.

Así que se nos ocurrió una sesión de Movimiento Vital Expresivo; una sesión que no es muy diferente de las sesiones que de por sí tenemos: una sesión en la que mujeres y hombres pudiéramos encontrarnos, mirarnos a los ojos, sentirnos, vibrarnos... sin violencia de por medio; donde las mujeres pudiéramos bailar libremente y ser lo que nosotras quisiéramos ser sin sentirnos amenazadas por hombres que nos lo impidieran; donde los hombres pudiéramos reconocer en nosotros mismos la ternura y la compasión que nuestra condición arquetípica de hombres, nuestra masculinidad hegemónica, no nos permite siquiera darnos el permiso de pensar, ya no se diga de sentir o de probar... una sesión donde celebrar los 70 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos fuera abrir un espacio en el que cada quien pudiéramos ser lo que quisiéramos ser, porque es nuestro derecho; nuestro derecho a una vida sin violencia.

Sabíamos que era algo así como un ensayo, la primera prueba de muchas otras que haremos, y mandamos dos o tres cartas a quienes pensamos podrían ser nuestras primeras aliadas y nuestros primeros aliados; recibimos respuesta casi de inmediato del Instituto de la Mujer Mérida a través de su directora, la licenciada Fabiola García Magaña, quien nos abrió las puertas de la recién inaugurada Sede Sur, en los linderos de las colonias Emiliano Zapata Sur I y II, y comenzamos los trabajos de organización en coordinación con la psicóloga Reyna Contreras, jefa del departamento de Desarrollo de las Mujeres en Comunidades con Perspectiva de Género, y la colaboración de todo el equipo del Instituto y de la Sede Sur misma.

Foto: Sebastián Liera.

El sábado 8 de diciembre, mujeres que no sabemos de dónde venían, fueron llegando a la Sede Sur del Instituto de la Mujer Mérida unos minutos antes de las 10 de la mañana; para la hora en que teníamos que arrancar ya eran más de 20. Dimos los agradecimientos formales, presentamos al equipo de Kaaxankilil Río Abierto Yucatán: Malky Castro Zavala, directora general; Neyra Silva, fotógrafa, y Sebastián Liera, redes sociales y proyectos; platicamos del porqué de nuestra invitación a bailar ése día y dimos inicio. Lo que pasó a lo largo de las siguientes dos horas fue, si no mágico, liberador: mujeres que llevaban casi toda la vida diciendo que no podían bailar, que no acostumbraban a tocarse ni a tocar a otras personas o que difícilmente reían, daban de brincos bailando por todas partes; se tocaban las manos, los hombros, las piernas; reían, reían, reían.

Foto: Sebastián Liera.

¿Hombres?, ninguno. ¡Aún falta mucho por hacer para que los hombres demos la batalla contra el machismo en que estamos atrapados lastimando a las mujeres, a las niñas y a los niños, a nosotros mismos! Pero... algún día, algún día.

Fotos: Neyra Silva.

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