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El masaje a cuatro manos: una danza de ayuda y bienestar al doble.


Llego al consultorio donde me esperan Tania y Malky para mi masaje a cuatro manos. Estoy emocionado: Malky rara vez acepta, por razones deontológicas, dar masaje a sus familiares y amigos; ¿su pareja?: imposible. Sin embargo, esta vez es diferente porque la presencia de Tania permite que sea ella quien haga, si fuera necesario, el trabajo de contención en lo emocional. Así que, para ser más específico en cuanto a mi emoción, ésta es de felicidad.

Voy tarde. Mi plan era perfecto: salir del trabajo, comer muy ligero (lo que en mi caso es un reto), ir al gimnasio y, como cierre con broche de oro, regalarme el apapacho del masaje a cuatro manos para poner en orden y en paz mi cuerpo, mis pensamientos y mis emociones; no contaba con que el tráfico en la capital yucateca se parecería por instantes al de la Ciudad de México y los entre 30 ó 40 minutos habituales para llegar a Kanasín desde el norte de Mérida se convertirían en el doble de tiempo.

Veo el puente de Periférico. Siento cómo la alegría de casi haber llegado a estas tierras que visitara Carlota en 1865 me asoma por la mirada. ¿Habrá sentido lo mismo la Emperatriz de las Ausencias, como la llama María Teresa Bermúdez, aquél diciembre? La gasolinería y el paso peatonal a la entrada me saca de mis pensamientos. Bajo casi de un salto del camión y corro hacia el fondo de la Calle 34, donde cruza con la Calle 11; ya no voy tarde; voy tardísimo.

El corazón amenaza por salírseme galopando de entre el pecho cuando me reciben las sonrisas de Malky y Tania, y no puedo evitar pensar en María Adela Palcos cuando dice que el masaje es quizás la más especial y amorosa de las técnicas del sistema que fundó hace más de 50 años.

—Tranquilo –me dicen–; termina de llegar.

—Necesito pasar al baño –digo.

—Te esperamos en el consultorio.

Paso al baño. Frente al espejo hago un repaso de cómo estoy y cómo me siento. Sigo acelerado, pero ya llegué y no hubo ningún problema por mi demora: todo está bien; estas mujeres rebozan amabilidad. Entro al consultorio. «¿No hay nada que les borre la sonrisa a ninguna de las dos?», pienso. Me siento bien, tranquilo y, extrañamente, cómodo.

—Quítate la ropa, puedes quedarte en ropa interior.

—No tengo ropa interior.

—¿Tienes problema en quedarte completamente desnudo?

«Hace 15 minutos habría dicho que sí, todos los problemas del mundo», pienso; pero, ahora...

—No, ninguno.

—Bien.

No dicen más. Se disponen al trabajo. El masaje –dice Vincenzo Rossi en su libro La Vida en Movimiento. El Sistema Río Abierto (Buenos Aires: Kier, 2006)– tiene una tradición milenaria; pero, en el Sistema de Río se parte de una relación de ayuda; es como un contrato entre quien o quienes dan el masaje y quien lo recibe.

La(s) persona(s) que da(n) el masaje tiene(n), indudablemente, la intención de favorecer el bienestar de quien toma el masaje, mejorando su estado físico y/o psíquico. La persona que recibe el masaje se entrega con confianza al(as/os) masajista(s), también con la misma intención de recibir bienestar y de mejorar su condición física y/o psíquica. Con esta intención común como base, se abre un diálogo entre (las tres) personas, en el que los órganos de comunicación son (cuatro) manos y (tres) cuerpos.

No tengo duda: quiero ése bienestar. Quiero ése movimiento del que el mismo Rossi habla cuando escribe que: «danzan las energías y los cuerpos sutiles dialogan armoniosamente (bajo un) lenguaje mudo (de) percepciones sensibles, táctiles, emotivas y energéticas (que) se expresa(n) a través de gestos, movimientos o transmisiones impalpables de energías sutiles.»

Y, así fue. Después del brevísimo diagnóstico de pie, donde comienza el diálogo, éste continúa conmigo ya en una horizontalidad física que les permite a Tania y a Malky poner en juego su experiencia de más de 10 años haciendo esto que saben hacer fluyendo, resonando en la misma longitud de onda energética que yo para abandonar, los tres, el más pequeño indicio de rigidez y seguir las propias corrientes energéticas de nuestros cuerpos.

Los bloqueos físicos, nos recuerda Rossi, son emociones y pensamientos cristalizados en una suerte de unidad donde la emoción genera un pensamiento, pensamiento que genera una emoción; no obstante, apunta Rossi, ésa unidad es dialéctica, no dialógica: emoción y pensamiento no dialogan, se confrontan: no hay armonía. Para que la armonía sea posible es indispensable que en el o la masajista, o masajistas, se produzca un comprensión profunda del paciente de su sentir, de su estado emocional, posible únicamente mediante la compasión, el afecto y la buena voluntad de ayudar.

Y cuanto más abierto está afectivamente el masajista, más percibirá esta presencia amorosa quien recibe el masaje y se sentirá inducido a abrir cada vez más su cuerpo energético y afectivo, para hacerse descubrir siempre más, para comunicar cada vez más su historia, su dolor, sus aspiraciones y potencialidades, a través de su cuerpo, quieto pero vibrante, sin palabras, con las sutiles vibraciones de los cuerpos que tienen el poder de emanar, como una onda acústica, la propia vibración de fondo, clara, explícita e inequívoca, como la nota de un instrumento bien afinado.

Me gusta la imagen que usa Rossi de emociones y pensamientos cristalizados para hablar de las trabas y los bloqueos. ¿Quién no ha sentido ése dolor muscular que da después de haber hecho ejercicio tras largas temporadas de inactividad física? Ése dolor es la glucosa que en lugar de degradar a ácido pirúvico se fermenta a ácido láctico y al cabo de unas horas se cristaliza haciéndonos sentir como si agujas nos cortaran los músculos por dentro. ¿Qué cortan las emociones y los pensamientos cristalizados?: la estima por uno mismo, el cariño por los demás, el aprecio que sentimos por las cosas; en otras palabras: el respeto y la dignidad propios.

Cuando salí del masaje con Malky y con Tania no pude dejar de sentir envidia por todas esas personas a las que tan amorosamente mi propia pareja ha atendido en todos estos años; ésos eran una emoción y un pensamiento cristalizándose. Afortunadamente, el bienestar que sentía fue tan pleno, tan gozoso, tan mío, que la envidia se difuminó y dejé de pensar en ello: ya había obtenido yo mismo, y al doble, mi ración de escucha, de compasión, de amorosidad.

Gracias, Tania. Gracias, Malky.

Gracias, yo.

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