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El ser humano: un laboratorio donde se mezclan un dios y un animal.


Foto: Neyra Silva.

El cuerpo, nos dice Vicenzo Rossi (2006), puede ser fuente de placer o de dolor o puede permanecer dormido, anestesiado durante largos períodos en los que la única manera en que puede estar presente en nuestra conciencia es a través de la gratificación con la comida.

Sobre los placeres del cuerpo, nos dice el director de Río Abierto Italia, estamos muy bien informados, y todas, todos, los buscamos, dice, desesperadamente, sobre todo cuando debemos renunciar a ellos. La comida y el sexo están en la cúspide de la clasificación; pero, muchos otros placeres relacionados con el cuerpo se aprecian y buscan, como el placer de reposar o de dormir, el placer de un baño tibio, de un masaje, de recibir caricias, de tomar sol, etcétera.

El cuerpo, apunta Rossi, es muy directo y claro en sus reacciones hacia nuestro modo de tratarlo: placer o dolor, satisfacción o malestar; este último: el malestar, al cabo del tiempo se vuelve dolor en busca de ayuda, pues, cita a Proust: «La enfermedad es el médico a quien más se escucha: a la bondad, a la ciencia, tan sólo se les promete; al sufrimiento se le obedece.»

El ser humano, continúa Rossi, es un extraño laboratorio donde pareciera que se mezclaran un dios y un animal: la tarea del animal es enseñar al dios la condición terrena de administrar la materia, su inercia, su pesadez; la tarea del dios es enseñar al animal viviente a irradiar el espíritu, también desde la materia densa. El producto somos las y los seres humanos que puestos en pie sobre nuestras patas posteriores convertidas en piernas nos proyectamos hacia el cielo, con los brazos liberados de la tierra para poder abrazar, trabajar, crear y mostrar con el dedo índice extendido el camino hacia nuestra perdida divinidad.

La naturaleza, agrega el que quizás sea uno de los primeros sistematizadores del, valga la redundancia, Sistema Río Abierto, es una madre exigente y, a la vez, generosa: exige que las tareas que confía a sus hijas e hijos sean cumplidas del mejor; pero, es pródiga en dispensar placer, alegría, satisfacción.

El placer de satisfacer las propias necesidades fisiológicas es un ejemplo de esta recompensa por haber cumplido con las necesidades de la parte animal; pero, es todavía, apenas, la mitad de nuestra tarea. La otra mitad es la de asumir nuestros deberes como diosas y dioses, y he allí donde podemos encontrar las más intensas alegrías con nuestro cuerpo.

El animal espiritual goza del cuerpo de nuevas maneras, tiene nuevos placeres, está destinado a usar el cuerpo como instrumento del espíritu que quiere habitar la materia. Esta es la secreta aspiración de considerar al cuerpo como parte esencial de un proceso de realización humana.

¿Nos acompañas?

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Referencias.

Rossi, V. (2006). La Vida en Movimiento. El Sistema Río Abierto. Buenos Aires: Kier.

Proust, M. (1995). Alla ricerca del tempo perduto, T. 4, «Sodoma y Gomorra». Milano: Mondatori.

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