Siento que pienso...

Texto: Josué Chin Colli. Foto: Neyra Silva.

En mi vida he tenido que aprender a caminar tres veces: al nacer, después por una enfermedad y por un accidente. Dejar de caminar me hizo extrañar moverme o desplazarme sin la asistencia de alguien. Y, durante todo ese tiempo, mi mente fue mi refugio: leer, escuchar música, ver películas me enseñaron a fantasear y a olvidar el dolor.

Recuperar la movilidad, pienso, no significó explorar mi propia corporalidad; así que durante mi primera sesión de movimiento me sentí muy torpe, como si me pidieran tocar un instrumento por primera vez... Siempre me he preguntado por qué no las llamamos clases, ¿acaso no es necesario aprender a escuchar y usar el cuerpo?

Siento que pienso con las manos, las caderas y mi mente se eriza y se sonroja, se emociona.

Muchas clases las llevé, entonces, desde lo “mental”; pensando en qué dirán los demás de mis movimientos y tratando de solucionar pendientes o pensando que no era bueno para ello. Poco a poco, sin embargo, comencé a escuchar otra voz; alguien que decía: Sí... No... Tal vez... Esto me gusta. Y, más tarde, poco a poco también pero con menos timidez, pidiendo, exigiendo: Quiero, necesito hacer esto. Ahora veo que esa voz era mi propio cuerpo.

Pero no solo durante las sesiones, también fuera de ellas. Ese dolor de rodilla encontró alivio compartiendo el peso del cuerpo con su compañera; respirar o bostezar fuertemente para aliviar la tensión cada vez fue siendo más frecuente.

Ahora me es difícil distinguir que es lo “mental” y que es lo “corporal”. Ahora los veo como uno solo. Siento que pienso con las manos, las caderas y mi mente se eriza y se sonroja, se emociona. No me siento un experto aún; pero, por lo menos comienzo a reconocer el instrumento, dando los primeros pasos de un largo viaje.